Tu Casa
Tu casa, sin saber de nuestras fraguas,
me recibió de un beso en la mejilla.
Y como un pez afuera de las aguas
la mucama miraba en la vajilla.
Tu perro se lanzó veloz, ligero,
gritando como un grajo diminuto,
y apareciendo en la ventana artero
el cactus me mostró su pincho astuto.
De las revueltas de la vida entera
anduve como jueza desconfiada,
la casa me guardó a que no temiera;
amable, tan cordial y delicada.
A mi cabeza no arrojó el ultraje,
la casa no la traicionó su hacer,
juró por el recuerdo más salvaje
que nunca había visto a esa mujer.
—Estoy vacía,—dijo:—Tan vacía…
—Algún lugar…,—le dije:—Algún lugar…
Me habló diciendo:—Déjalo, bravía,
ya déjalo olvidado y ven a entrar.
¡Y cómo tuve miedo yo al comienzo!
de hallar pañuelos o cualquier presagio,
más encubrió la casa con un lienzo,
barajando las pruebas y el naufragio.
Hábilmente cubrió las señas, huellas,
fingió que nunca allí habitaba espanto,
aquí la vida y la alegría bellas,
nadie puso o dobló su codo en llanto.
Como si un oleaje diligente
que todo hubiese así lavado ayer,
las huellas de los pies y de la gente,
dejando cuartos limpios para ver.
Poniéndose de acuerdo, conspiraron:
el perro se olvidó con quién jugaba,
quien las sembró las flores olvidaron,
respuestas vagas si les preguntaba…
Vacíos le quedaron los pudores,
como si hubiese ayer caído helada
y al derretirse, se olvidó las flores
y quién las puso en jarra bien tallada.
¡Mi casa extraña! ¡Dulce Adiós! ¡Tesoro!
Te pido no me seas tan amable,
esta cosa pequeña en pie le imploro:
Consuelos con engaños nunca me hable.