Peschanaya

En la antigua avenida Peschanaya
habita una persona bien amada,
y en esto, no hablo de ella para nada,
sino del triste perro que soslaya.

Su raza japonesa intimidante,
sus ojos distanciados en ritual,
profundos pensamientos por delante,
pupilas dando miedo en el umbral.

Un buen Akita, pero de temerse,
con su mirada altiva de guerrero
bosteza victorioso el perro fiero.
Sin dudas, él podría defenderse.

Un día en que harta y sin motivo alguno,
entré a su casa, sola en soledad,
sentada en el sofá tan oportuno,
le hablé con toda mi dificultad.

Repleta su mirada en mar de trigo,
el perro distinguió mi buena suerte,
de siete hermosos años, sabio y fuerte,
sentóse frente a mí y pensó conmigo.

Su gran cabeza de oros osciló,
estaba triste, casi derrotado,
como un emperador que lo perdió…
cansado en la mediana edad, bardado.

Se llama Toshka y ¡Toshka sabe todo!
Lo entiendes todo, vamos, tú contesta:
—¿Estoy cansada y ya harta de mi apuesta,
de estar sentada aquí apoyando el codo?

Y tu sutil sentido de la astucia
discierne y lo adivina sin juzgarnos,
dime:—¿qué nos divide y nos ensucia
y que aún nos impide separarnos?

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