Entre baños dorados y obeliscos de gloria
hay una doncella blanca tras una hierba espesa,
el tirso no le agrada, ni a su oído es sorpresa.
Y el Pan de mármol blanco ya no ama, le es historia.
Algunas brumas frías la palparon, la han marcado,
quedando heridas negras de negra boca inmunda.
Más la doncella aún es orgullosa y profunda,
la hierba que la cubre nunca se la han cortado.
Conserva el centro dulce cual estatua de diosa
me encanta su rudeza, su perfil tan terrible,
sus piernas comprimidas y el nudo de sus rizos.
Cuando la lluvia fría siembra sobre su prosa,
su desnudez se vuelve blanca y controvertible.
Eones yo daré por su desdén, sus hechizos.
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