Las estrellas doradas se adormecen
al espejo del vado tembloroso,
los remansos del río en brillo acuoso
al fulgor de los astros enrojecen.
Abedules dormidos sonriendo,
van sus trenzas de seda alborotadas,
pendientes verdes ya susurran liadas
y rocíos de plata en rama ardiendo.
La ortiga cubre a zarzas tan bravías
en la valla, vestida en brillo perlas,
se mece y va, susurra alegre al verlas
un juguetonamente: «¡Buenos días!»
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