Al colapsar un día
Un día,
balanceándome al borde de todo lo que es,
sentí en mi cuerpo la presencia
de una sombra irreparable
que empujaba mi vida hacia algún lado.
Nadie lo supo, entonces. Nadie…
solo un cuaderno blanco
notó que había apagado las velas
que estaban encendidas para crear el habla;
sin ellas, no quería morir…
¡Estaba tan atormentada!
¡Tan cerca del final del tormento!
Ella no dijo una palabra.
Y esta es solo otra época…
Se buscaba un alma frágil.
Empecé a vivir y viviré mucho tiempo.
Pero a partir de ese momento,
llamo sólo a lo que no he cantado
con tormento terrenal,
a todo lo demás,
lo llamo bienaventuranza.