Aislamiento de invierno

Aislamiento de invierno

Un extraño invitado visitó ayer mi invierno,
cubrió la nieve el techo de mi enero,
dejando en aislamiento mis planes y mi juicio.
Viví encerrada, como el fuego de una lámpara
o como insecto hospedado en ámbar,
en su sitio ideal y reducido.

Este extraño invitado apareció de pronto
y ante mí su visita fue aún más extraña,
pues la nieve guardó mi puerta con dureza,
por ejemplo, al llevar el grano a mis palomas,
y preguntar si puedo salir solo un momento.
—«¡Te quedas!»,—dijo un frío afán de ventisquero.

Un invitado extraño, lo digo, su presencia
oculta traspasó la pared como un clavo,
clavado así por alguien desde afuera
con un propósito desconocido.
Y, sin embargo, ¿qué otra cosa a él le quedaba,
si en la casa, tapiada de oscuridad nevada,
ya no había rendijas o puertas para entrar?

Un invitado extraño: no venía de paso,
sino que a gobernarme. Secó al fuego el sombrero,
liberó de su pecho una cobaya y dijo:
—«¡Oh, si ha tenido frío, perdón si la he dañado
cuando yo entré directo a esta casa!,
en donde ahora puedo venir a resfriarme»…

—El fuego.—yo le dije: «Os calmará, ¡oh mi huésped!
Algunas nueces de India, un racimo de vino,
son mi pequeño sur, aquí en mis bellas ventiscas.
Mi amor ha reservado, desde hace mucho tiempo,
el fruto de la col sembrado en tierra extraña».

El invitado extraño se jactó frente a mí:
—«Fíjese usted, señora, que me inclino a las lágrimas,
pero mis pies mojados no revelan sus huellas.
¡Soy todo un gran misterio!».—«No soy pedante»,—dije,
«No contemplo al pianista para ver el pedal
bajo el pie de sus notas, descubriendo el secreto».

El extraño invitado me gritó:
—«¡No me gusta la forma de tu ingenio!
¡Tu gemido y llorar serán terribles!
¡Las obras de tu espíritu, pérfidas cual tu carne!
Por eso vine aquí sin corte ni vergüenza,
porque conozco yo tu pobre suerte».
—Le pregunté: «¿Por qué ya no bebes tu copa?»

El extraño invitado no desdeñó mi vino.
La audacia de sus labios redujo su discurso
solo a yerros, sonrisas y compasivas lágrimas:
—«¡Lo breve en tu argumento agrada a mi alma!
Eres mi hija, mi amada, mi niña protegida.
De alguna forma cambiaré tu sino».

«No en vano que la bestia bíblica cambie al lino,
se vuelva blanca con pelaje puro.
¡Cometes un error, llévate el don de suertes!
¡Elije así cualquier placer mundano!».
Hice una reverencia al invitado:
—«Es tan amable, pero de momento
rechazo sus regalos. ¡Más, salve a la cobaya!».

¿Acaso no es mi hermana en su orfandad?
¡Que aguda esta tristeza!, mirando alrededor
desde mi sueño en medio de elementos ajenos,
más, sin poder llegar a lo que es propio.
Oh, con qué suavidad inevitablemente
el puerto deportivo y los mares me llaman,
y pasando de largo, me queda atrás el cuadro
con la visión ingenua de un vidente.

Agradezco a la suerte, por lo bueno y demás,
pues vivo como quiero, solitaria y sencilla.
Dios es justo conmigo y mi novia es amable.
Mi gato viejo vuela a mí como un cachorro.
Y existen los más bellos y amplios dones divinos:
Los yámbicos y dáctilos, los troqueos y anfíbracos

¡Si la campana ayer feliz sonó en mi puerta
y mi querida amante se asomó a saludar!
No debería haber tenido miedo alguno.
¿Y si no hubiera hallado el camino a mi casa?
Me dijo:—«¡Niña!, cuando te veo con mis ojos,
mis dos pupilas duelen por la visión enorme,
y el desorden de amor ensordece a mi mente».

El extraño invitado, supo que mentí y rio…
No había huellas en la nieve gris.
Ana y Elena, bebían en Moscú.
Bonifacio murió hace un tiempo allá en el campo.
Y ya evito las manos en mi cuaderno azul.

El invitado dijo:—«Por hoy no eres feliz».
Justo en aquel momento, la puerta clausurada
se abrió dejando entrar la nieve gris rodando,
empujando y saltando, sin percibir la pérdida.
¡Pero qué audaz y hermosa la forma del que entró!
Y el más nórdico viento atrajo un rastro astuto:
sutil y juguetón, como si una sonrisa…

Me ilusiona creer que mi invitado entienda,
que aprecie que su alumna ya se está plateando
en sus ojos de noche, oscura como eslava.
Pensé, febrero acaba, y le dije al que entró:
—«¡Alegría y calor! ¡Te amaré para siempre!
¡No habrá separaciones, jamás entre los dos!».


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