Al recuerdo del poeta
Es noviembre de nuevo, como noche de antaño,
en lo oscuro, madura la ventisca temprana.
Sospechando un misterio por detrás la ventana,
pareciera que todo marcha bien, y me engaño.
Caminando se ve alguien, no me aterran sus ojos,
divertido me es verlo de visita al herbario,
un fantasma que habita mi vacío brumario,
es la sombra que rompe del pasado cerrojos.
En la gran tolerancia de mis años finales,
ya no sigo a ninguno con los pasos de amigo,
nadie a quien preguntarle: ¿No es ya el tiempo conmigo,
para el lápiz, cuadernos, bosques, flores y hortales?
Pero aquí va una cosa: ¿Que un fulgor no vi acaso?,
¿la atención percibida por la luna en su vista,
y que haciendo el camino de regreso a la arista,
mi reflejo mostraba por el mundo en mi ocaso?
La mirada que cuya vista absorbe la luna,
de mirar a su antojo queda libre su acera,
para ver con agrado o reproche a cualquiera,
y también entre vivos con su gracia fortuna.
¿No es acaso por eso que sus piedras vacías
nos torturan con tanto resplandor y belleza?,
sé quien está más cerca, mis pupilas, proeza
de plata en su mirada me quedaron bravías.
Y sentándome a solas, escuchando al jardín,
dejaré en la ventana mi fisura infinita,
Y la eterna mirada del poeta me grita,
me incinera al mirarme la mejilla hasta el fin.