Enfermedad

¡Oh dolor!, eres la sabiduría.
La esencia del elegir antes de ti
fue tan superflua.
Me eclipsa el genio oscuro
de un animal en cautiverio.

Dentro de tus límites perniciosos,
era mi mente tan alta y precisa.
Las hierbas curativas diluidas
dejan un sabor a menta
que nunca abandona mis labios.

Para facilitar mi último suspiro,
con la precisión de ese animal,
olfateando, busco la salida
en el tallo triste de una flor.

¡Oh, perdonar a todos es un alivio!
¡Oh, perdonarlos a todos!,
transmitir a cada uno mi ternura,
como una irradiación,
saborear la gracia con todo mi ser.

¡Te perdono, plazas vacías!
Contigo sola, en mi pobreza,
lloré de fe vaga
sobre mi inocencia de niña.

¡Os perdono, manos extrañas!
Que se extienda al hecho
de que sólo mi amor y mi tormento
son un objeto que nadie quiere.

¡Perdón, ojos de perro!
Fuiste mi oprobio y mi juicio.
Todas mis lamentaciones
son llevadas por estos ojos.

¡Perdono a mi amigo y al enemigo!
¡Beso cada boca completamente!
Dentro de mí,
como en el cuerpo muerto del círculo,
plenitud y vacío.

Y a las convulsiones generosas,
y a la levedad,
como en los blancos edredones,
ya no pesa mi codo al sensible rasgo de la barandilla.

Únicamente aire bajo mi piel.
Estoy esperando solo una cosa:
en la pendiente del día,
presa de una enfermedad similar,
que alguien me perdone.

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